Corre el Barcelona el riesgo de que se perpetúen sus miedos y sus dudas y acaben por obstruir los conductos y engranajes de lo que es un proyecto ilusionante, por lo expresado en verano y por las innegables virtudes del estilo Guardiola. Para arrancar necesita con urgencia una lanzadera de despegue, y, frustrados los teóricamente inmejorables escenarios ante Numancia y Racing, parecía una ocasión perfecta la visita del Sporting de Lisboa, un equipo menor en el escalafón continental y dentro de un grupo de exigencia menor que permite jugar con los nervios templados.
Pero no lo fue del todo porque el Barcelona calcó y multiplicó virtudes y defectos, aunque ganó. Ni la derrota de Soria ni el desafortunado empate ante el Racing. Ganó y, con un marcador un poco más contundente, hablaríamos de un buen partido y no de uno simplemente aseado. Ganó porque esta vez sus bondades pudieron con sus lagunas, en parte gracias a un colaboracionista Sporting, metido atrás pero sin mordiente defensivo, demasiado académico y blando en el centro del campo, inexistente en ataque. El plan de Paulo Bento fue jugar con lentitud, aguantar, primero el empate a cero, después el 1-0, en busca, atento al ejemplo del Racing, de seguir vivo y depender hasta el final de un milagro, de un fallo o de una acumulación autodestructiva de dudas del rival. Todo eso acabó con el gol de Eto'o, y entonces tampoco hubo demasiada reacción, ni siquiera con el gol a balón parado del central Tonel todavía con 20 minutos por jugar. Los lisboetas no cambiaron nunca el gesto ni para bien ni para mal porque la lección parecía muy aprendida: su futuro en la Champions no depende del partido del Camp Nou. En sus matemáticas de clasificación encajaba esta derrota sin ninguna estridencia.
Superioridad materializada a balón parado
La primera parte comenzó con Guardiola ajustando su equipo en busca de una fórmula ofensiva que desatascara a su equipo. La retaguardia mutaba para dar libertad a Alves. Con el brasileño lanzado al ataque y ocupando el terreno natural de Messi, el sistema se convertía en una defensa de tres con Márquez en el centro, Puyol en la izquierda y Piqué en la derecha. En el centro del campo, Keita se bastaba ante la tibieza rival y en ataque, el Barcelona comenzaba su construcción a partir de una buena presión sobre el rival. Eso unido a una buena conducción del balón bastó para dar al Barcelona el control del partido y una buena sensación de juego que, otra vez, no se manifestó en goles, ni siquiera en un asedio al toque de corneta de ocasiones verdaderamente claras de gol.
En el minuto 17, Messi tuvo la primera ocasión importante para un Barcelona que marcó tres minutos después. Tuvo que ser a balón parado, en un córner mal defendido por el Sporting y rematado por Márquez en el segundo palo. Keita no remachó y el balón se coló, con lo que parecía que lo más difícil estaba hecho y que los azulgrana podrían por fin sacudirse las dudas y la ansiedad y mostrar su mejor cara. Nada de eso sucedió. Al contrario, el equipo cayó en un peligroso letargo que aprovechó el Sporting para descubrir que había portería al otro lado del campo, ganando metros con la aportación de Moutinho y la actividad de Izmailov. Poco para poner en peligro a un Barcelona en el que, sorprendentemente, el que mejor funcionaba era Henry, muy activo y reconvertido en delantero centro desplazando a Eto'o a la derecha. Aún así, el Barcelona volvió a demostrar que no está fino en los últimos 30 metros, que falta chispa y que se elige siempre la peor opción, el regate en lugar del disparo o éste en vez del pase.
Xavi acaba con la guerra de nervios
La segunda parte siguió un guión parecido. El Sporting esperaba y el Barcelona amasaba y amasaba el juego sin colmillos en el área. Eto'o demostró en dos contras que está una velocidad por debajo de su mejor versión, y, otra vez, un buen disparo de Messi abrió los minutos de más empuje local, cerrados por un leve empujón al propio Eto'o sancionado con penalti. El camerunés marcó. Era otro gol a balón parado y otra ocasión para ver si el Barcelona era capaz de inyectar la dosis de alegría y chispa que deja tuerto su buen trabajo, sobre todo en el centro del campo.
Sin embargo, otra vez el Barcelona sesteó y dejó sus peores minutos del partido. Encajó el gol y transmitió cierta sensación de fragilidad, retroalimentada por los nervios que descendían de una grada que se sentía abocada a otro final angustioso, pendiente de cualquier acción desgraciada que frustrara otro triunfo que debería ser claro. Sin embargo, el Sporting no tuvo energía, o fe, o ninguna de las dos cosas, y apenas rondó el área de un Barça aturdido que se fue recobrando de la mano de un Messi tan individualista que alternó acciones geniales con errores claros y de un Iniesta más presente volcado a la derecha tras la entrada de Tourè por Eto'o y de Pedrito por Henry, cambios extraños que evidenciaron otra vez que no parece Guardiola un enamorado de Bojan.
Para despejar fantasmas, el Barcelona se permitió un buen tramo final. Messi rozó el gol en dos ocasiones e Iniesta también lo tuvo antes de que Xavi, en el minuto 87, permitiera por fin respirar a la grada tras un gran centro del manchego. De ahí al final, Puyol se retiró con molestias musculares y el partido terminó con una sensación extraña: el Barcelona sigue apuntando buenas maneras, manejando los partidos, presionando bien y tratando de circular el balón con ritmo. Pero su autoridad choca con sus propios errores en los extremos del campo. En área contrario no tiene percusión ni la sensación de peligro que se le debería suponer. En la propia, sigue encajando goles en partidos en los que Valdés apenas es exigido. Así que la moneda sigue en el aire. Si persisten esos defectos, seguramente será cruz a medida que avance la temporada. Si poco a poco los engranajes van encajando, puede haber un salto cualitativo importante en los próximos partidos. Para que eso suceda, desde luego, esta victoria era innegociable. Y se logró.