Los Atlético - Barcelona tienen, históricamente, aroma de partidos locos llenos de alternativas, plagados de goles y espectáculo. Éste, además, se presentaba como un auténtico cóctel molotov, a años luz de los tres duelos anteriores en Liga y Copa, en los que un Barcelona intratable zarandeó a los colchoneros. Ahora los dos equipos han recibido la visita de sus demonios más íntimos y peligrosos. El Atlético flirtea con otra temporada nacida entre euforia y terminada en el desagüe y al Barcelona se le ha aparecido el fantasma familiar más temido: un Real Madrid que le come terreno a zancadas y moral a dentelladas.
Todo pronóstico era válido, todo resultado posible en un duelo del que alguien, a la postre el Barça, saldría malparado, entre la depresión y el ataque de nervios. El Atleti por los males inherentes a la propia confección de su plantilla. El Barça por una recién descubierta sensación de vulnerabilidad. La primera ficha en la gestión de semejante tráfico de emociones la movió un tozudo Abel que, tras la penosa imagen del partido de Champions, optó por mantener toda su artillería ofensiva y toda su fragilidad en el centro del campo, esa suerte de 4-2-4 que fue el cáncer que consumió los últimos estertores de la era Aguirre. Los ajustes con respecto al milagroso empate ante el Oporto pasaban por la presencia de Heitinga en el lateral derecho, la ubicación algo más retrasada de Forlán para taponar la salida de balón del Barcelona y la misión para Assunçao de asfixiar a Xavi, al que persiguió por todo el campo. Guardiola, con muchas bajas (Iniesta, Abidal, Keita, Piqué...) puso lo que tenía, con Sylvinho rehabilitado para racionalizar la defensa con Puyol junto a Márquez en el eje.
En el campo y en la práctica fluyeron, desde el pitido inicial, todos los problemas y muchas de las virtudes de los dos equipos para entregar 90 minutos entre lo bello y lo desquiciado, una taquicardia alentada desde un arranque explosivo: en el primer minuto Agüero rozó el primer gol y el Barça respondió con dos acciones claras propiciadas por el flan que, partido tras partido, es la defensa colchonera. Sin llegar a los cinco minutos, Heitinga marcó tras un mal rechace de Valdés y el tanto, que debió subir al marcador, se fue al limbo por inexistente fuera de juego.
El Atlético mordía arriba, circulaba rápido y ponía en aprietos a un Barça sin balón, sin precisión y sin posicionamiento, que reculaba aterrado ante las cargas rivales, especialmente dañinas en el espacio de tierra desierta que quedaba entre Márquez y un Alves demasiado nervioso, desubicado en ataque e inoperante en defensa. Cuando las constantes vitales de los de Guardiola tendían a cero, llegó el primer punto de inflexión. Pablo despejó mal en la frontal y el balón llegó a Henry, que enganchó un espectacular disparo con rosca a la escuadra. Todo el buen trabajo del Atlético perdió su valor y todas las dudas del Barcelona se escondieron mientras Messi se posicionaba en el centro para jugar entre líneas a la espalda de Assunçao, que abandonaba la proximidad de los centrales para perseguir a Xavi. A la media hora, el argentino recibió en esa zona descubierta y marcó un golazo marca de la casa tras jugar con la blanda defensa colchonera y resolver con sangre fría ante Leo Franco.
El Calderón enmudeció y el partido amenazó con quedar cerrado, sólo durante los escasos segundos que tardó Forlán en, un minuto después, enganchar un disparo lejano que entro con un toque de folha seca y con colaboración de un Valdés que, muy adelantado, hizo la estatua. El partido se abría de nuevo y, durante unos minutos el Atlético incendió de nuevo su juego. Pero mientras que el empate rondaba el Calderón durante algunos minutos, fue el Barcelona el que tuvo el partido en los minutos previos al descanso. Xavi habilitó a Gudjohnsen que falló ante Leo Franco, igual que Messi pocos minutos después. La amnistía azulgrana dejaba el partido abierto, loco, y pendiente de una segunda parte en la que cualquier resultado, entre la remontada local y la goleada visitante, parecía factible.
El Barcelona paga sus errores
El descanso pareció cambiar el partido, que nació en la segunda parte más frío, con el Barça algo más asentado y dominador. En esos primeros minutos, Etoo también perdonó ante Leo Franco. Tercer fallo claro del Barcelona que se condenó al sufrimiento indecible en la siguiente jugada cuando Márquez devolvió al Atlético al partido al fallar de forma garrafal en un despeje y permitir la acción de Agüero, que se revolvió en el área y batió de tiro cruzado a un Valdés que esta vez no pudo hacer nada.
El mismo guión, las cosas del fútbol, se repitió hasta dos veces más. Forlán falló en boca de gol y con Valdés superado y, en la siguiente jugada, Henry marcó tras una contra lanzada por Etoo y conducida por Gudjohnsen. Y, sobre la media hora, Etoo y Messi fallaron ante Leo Franco y, en la réplica, González Vázquez señaló, cuando el balón ya estaba de nuevo en el área del Atlético, penalti por derribo de Henry a Sinama. Forlán marcó y puso el 3-3 que era un canto a la locura, a las virtudes y los defectos de los dos equipos, a todo lo improbable que tiene el fútbol, que de vez en cuando regala uno de estos partidos que uno no sabe si son buenos o malos en el fondo pero que son en cualquier caso preciosos en la forma. Cada vez que el choque tomaba una inercia, llegaba el golpe de efecto contrario. Cada vez que un equipo perdonaba, el otro le castigaba. Y, en esa guerra, pescó el Atlético porque tuvo más fuerza en el tramo final, más fe. El Barça consumía minutos mientras el Atlético los devoraba. Por empuje pudo marcar Agüero y, tras la réplica de Etoo en la última del Barça, llegó el éxtasis al Calderón. El Kun marcó el cuarto en una acción en la que Puyol no acertó en el despeje ni Valdés en la salida. La locura definitiva, que tuvo como epílogo un paradón de Leo Franco, que salvó el empate en el descuento ante un Barcelona al que todo lo sale mal igual que antes todo lo salía bien.
El triunfo devuelve la alegría al Calderón, una necesidad para retomar la lucha por los puestos de Champions y para soñar con la machada en Oporto. El Barcelona sale muy tocado del Calderón. Hubo dos goles de Agüero, dos de Forlán, dos de Henry, fallos, paradas, errores y aciertos arbitrales, entradas, ocasiones constantes en los dos lados... pero, en frío, queda para el Barça el hundimiento de las dos últimas semanas, en las que se ha dejado ocho puntos con el Real Madrid, en las que ha perdido las sensaciones, la frescura, el brillo, el orden defensivo, la circulación, la presión, hasta algunas de las individualidades... Y con todo ello va perdiendo, partido a partido, la figura de favorito impasible. Vaya que si hay Liga.
Todo pronóstico era válido, todo resultado posible en un duelo del que alguien, a la postre el Barça, saldría malparado, entre la depresión y el ataque de nervios. El Atleti por los males inherentes a la propia confección de su plantilla. El Barça por una recién descubierta sensación de vulnerabilidad. La primera ficha en la gestión de semejante tráfico de emociones la movió un tozudo Abel que, tras la penosa imagen del partido de Champions, optó por mantener toda su artillería ofensiva y toda su fragilidad en el centro del campo, esa suerte de 4-2-4 que fue el cáncer que consumió los últimos estertores de la era Aguirre. Los ajustes con respecto al milagroso empate ante el Oporto pasaban por la presencia de Heitinga en el lateral derecho, la ubicación algo más retrasada de Forlán para taponar la salida de balón del Barcelona y la misión para Assunçao de asfixiar a Xavi, al que persiguió por todo el campo. Guardiola, con muchas bajas (Iniesta, Abidal, Keita, Piqué...) puso lo que tenía, con Sylvinho rehabilitado para racionalizar la defensa con Puyol junto a Márquez en el eje.
En el campo y en la práctica fluyeron, desde el pitido inicial, todos los problemas y muchas de las virtudes de los dos equipos para entregar 90 minutos entre lo bello y lo desquiciado, una taquicardia alentada desde un arranque explosivo: en el primer minuto Agüero rozó el primer gol y el Barça respondió con dos acciones claras propiciadas por el flan que, partido tras partido, es la defensa colchonera. Sin llegar a los cinco minutos, Heitinga marcó tras un mal rechace de Valdés y el tanto, que debió subir al marcador, se fue al limbo por inexistente fuera de juego.
El Atlético mordía arriba, circulaba rápido y ponía en aprietos a un Barça sin balón, sin precisión y sin posicionamiento, que reculaba aterrado ante las cargas rivales, especialmente dañinas en el espacio de tierra desierta que quedaba entre Márquez y un Alves demasiado nervioso, desubicado en ataque e inoperante en defensa. Cuando las constantes vitales de los de Guardiola tendían a cero, llegó el primer punto de inflexión. Pablo despejó mal en la frontal y el balón llegó a Henry, que enganchó un espectacular disparo con rosca a la escuadra. Todo el buen trabajo del Atlético perdió su valor y todas las dudas del Barcelona se escondieron mientras Messi se posicionaba en el centro para jugar entre líneas a la espalda de Assunçao, que abandonaba la proximidad de los centrales para perseguir a Xavi. A la media hora, el argentino recibió en esa zona descubierta y marcó un golazo marca de la casa tras jugar con la blanda defensa colchonera y resolver con sangre fría ante Leo Franco.
El Calderón enmudeció y el partido amenazó con quedar cerrado, sólo durante los escasos segundos que tardó Forlán en, un minuto después, enganchar un disparo lejano que entro con un toque de folha seca y con colaboración de un Valdés que, muy adelantado, hizo la estatua. El partido se abría de nuevo y, durante unos minutos el Atlético incendió de nuevo su juego. Pero mientras que el empate rondaba el Calderón durante algunos minutos, fue el Barcelona el que tuvo el partido en los minutos previos al descanso. Xavi habilitó a Gudjohnsen que falló ante Leo Franco, igual que Messi pocos minutos después. La amnistía azulgrana dejaba el partido abierto, loco, y pendiente de una segunda parte en la que cualquier resultado, entre la remontada local y la goleada visitante, parecía factible.
El Barcelona paga sus errores
El descanso pareció cambiar el partido, que nació en la segunda parte más frío, con el Barça algo más asentado y dominador. En esos primeros minutos, Etoo también perdonó ante Leo Franco. Tercer fallo claro del Barcelona que se condenó al sufrimiento indecible en la siguiente jugada cuando Márquez devolvió al Atlético al partido al fallar de forma garrafal en un despeje y permitir la acción de Agüero, que se revolvió en el área y batió de tiro cruzado a un Valdés que esta vez no pudo hacer nada.
El mismo guión, las cosas del fútbol, se repitió hasta dos veces más. Forlán falló en boca de gol y con Valdés superado y, en la siguiente jugada, Henry marcó tras una contra lanzada por Etoo y conducida por Gudjohnsen. Y, sobre la media hora, Etoo y Messi fallaron ante Leo Franco y, en la réplica, González Vázquez señaló, cuando el balón ya estaba de nuevo en el área del Atlético, penalti por derribo de Henry a Sinama. Forlán marcó y puso el 3-3 que era un canto a la locura, a las virtudes y los defectos de los dos equipos, a todo lo improbable que tiene el fútbol, que de vez en cuando regala uno de estos partidos que uno no sabe si son buenos o malos en el fondo pero que son en cualquier caso preciosos en la forma. Cada vez que el choque tomaba una inercia, llegaba el golpe de efecto contrario. Cada vez que un equipo perdonaba, el otro le castigaba. Y, en esa guerra, pescó el Atlético porque tuvo más fuerza en el tramo final, más fe. El Barça consumía minutos mientras el Atlético los devoraba. Por empuje pudo marcar Agüero y, tras la réplica de Etoo en la última del Barça, llegó el éxtasis al Calderón. El Kun marcó el cuarto en una acción en la que Puyol no acertó en el despeje ni Valdés en la salida. La locura definitiva, que tuvo como epílogo un paradón de Leo Franco, que salvó el empate en el descuento ante un Barcelona al que todo lo sale mal igual que antes todo lo salía bien.
El triunfo devuelve la alegría al Calderón, una necesidad para retomar la lucha por los puestos de Champions y para soñar con la machada en Oporto. El Barcelona sale muy tocado del Calderón. Hubo dos goles de Agüero, dos de Forlán, dos de Henry, fallos, paradas, errores y aciertos arbitrales, entradas, ocasiones constantes en los dos lados... pero, en frío, queda para el Barça el hundimiento de las dos últimas semanas, en las que se ha dejado ocho puntos con el Real Madrid, en las que ha perdido las sensaciones, la frescura, el brillo, el orden defensivo, la circulación, la presión, hasta algunas de las individualidades... Y con todo ello va perdiendo, partido a partido, la figura de favorito impasible. Vaya que si hay Liga.
tomado de http://www.as.com/
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