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viernes, 18 de abril de 2008

Final de Copa del Rey Valencia 3 - Getafe 1


El Valencia ha vuelto
El equipo de Koeman fue superior y se puso 2-0 a los 11 minutos. El Getafe acusó el cansancio y el mal día de Ustari. Intensa final y gran campeón

Pónganse en pie porque el Valencia ha vuelto, porque los grandes equipos se mueven con el espíritu de su leyenda, porque después de un año de acumular desgracias y sufrir el fuego amigo, tenerlo todo en contra resultó la única solución. De algo valen los escudos y para algo sirve la historia, el murciélago, el orgullo. Llegado el último momento, el de la verdad, juegan todos, los de antes y los de ahora, los miles de aficionados que empujaron ayer y los millones que lo hicieron siempre.
Eso es, precisamente, lo único que le falta al Getafe: el tiempo. Esta vez no se puede lamentar la mala suerte porque el Valencia fue superior. Sólo cabe quejarse de la maldita juventud, de la madurez que exige el éxito y de los años que cuesta conseguirla. En noches como ayer, como la del Bayern, el Getafe construye los títulos de mañana, el problema, ya lo sé, es saber dónde estaremos entonces.
No es cuestión de señalar culpables, y nada habría más injusto que restar un solo mérito al trabajo del Valencia, pero es inevitable señalar, otra vez, la mala fortuna del portero del Getafe, en esta ocasión Ustari. Si el Bayern masacró al Pato Abbondanzieri, el Valencia machacó a un joven guardameta, perseguido por las enormes expectativas que despierta. Quede para su consuelo, que el equipo no cayó por sus errores, sino por un agotamiento general que ya no toleraba ni más carreras ni más emociones.
Inicio. La primera impresión ya nos indicó lo que estaba por ocurrir. Nada más iniciarse el encuentro despejamos la primera incógnita: el Valencia dominaba el balón y el Getafe esperaba en su campo. El reparto de papeles no era una anécdota, muy al contrario; señalaba una actitud con respecto al partido, atacarlo o defenderlo, y una actitud personal, de equipo, de prestigio, de confianza.
El Valencia ganó esa primera batalla y muy pronto hirió al Getafe. A los tres minutos, Villa recibió en la izquierda, muy abierto y muy tranquilo; Silva le dobló por la banda y centró al área, como indica el manual. El efecto del balón lo alejó de la portería y quizá por eso encontró a Mata, el más bajito (1,70), que cabeceó con ganas y con suerte, porque la pelota tocó en la espalda de Arizmendi y se ajustó mucho al palo. Pese a todo, dio la impresión de que Ustari pudo haber hecho más y pudo hacerlo más rápido.
Entonces el Getafe descubrió una sensación nueva: el miedo. En los últimos años no había tenido la necesidad de mirar hacia atrás, de conservar algo, porque nunca antes había sido ni rico ni favorito y había vivido con la maravillosa inconsciencia de los que carecen de posesiones. Pero esta vez era distinto.
Mientras su rival intentaba reordenar su mundo, los valencianistas tocaban con velocidad, conscientes de que había descubierto una grieta por la que cabían todos, los once y los veinte mil.
A cada minuto el Valencia pareció más y el Getafe menos. Villa probó fortuna desde lejos y a continuación Silva sacó un córner letal. El balón trazó la frontera que distingue el terreno del portero del de los defensas y en lugar de aparecer todos, no apareció nadie. Alexis devoró las dudas de Tena y fusiló al indefenso Ustari, que ya era una Magdalena. A esas alturas, el hueco que había dejado la ausencia de Belenguer ya era del tamaño de un cráter.
Fue en ese instante cuando el Getafe entró en eso que los boxeadores llaman "la habitación del sueño" y que no es otra cosa que el negro dormitorio del KO. Es probable que de los minutos que siguieron hoy no recuerde más que voces lejanas, aunque eran rugidos del Valencia.
El equipo de Koeman aceleró y se hizo más agresivo, dispuesto a vencer por desplazamiento del campo o del planeta. Su acoso se prolongó hasta el minuto 20, cuando el Getafe se acercó por primera vez a la portería de Hildebrand. Aunque se trató de una aproximación tímida, hizo pensar al Valencia, que comenzó el mirar el reloj y el marcador, sin entender que jugar con eso era jugar con fuego.
El partido se había enredado en faltas, tarjetas y pérdidas de tiempo y el Getafe seguía contra las cuerdas, sin encontrar caminos ni centrocampistas, sin balón y sin pulmones.
Sin embargo, al límite de la primera parte, sucedió lo imprevisto. Contra intentaba dominar en el área rival cuando Moretti le dio una patada. Como la caída del rumano fue aparatosa y la jugada era trompicada, Undiano pensó que fingía. Fueron los gritos inalámbricos de Fermín (el del banderín) los que le hicieron cambiar de opinión y señalar penalti.
Con el partido convertido en un motín, Granero acortó distancias y los equipos se fueron a los vestuarios en pie de guerra. Al regreso, cualquier parecido con la realidad anterior era mera coincidencia. El Getafe volvió con otro ánimo, aunque ni eso servía para ocultar su tremenda debilidad defensiva (el síndrome Belenguer).
Villa reclamó penalti tras un forcejeo con Tena y pudo tener razón. Después, disfrutó de dos ocasiones fabulosas. En la primera, Baraja lanzó desde 50 metros y el delantero se quedó solo frente a la portería. Remató fuera. En la segunda, Villa recortó cruelmente a Tena y se tropezó con los reflejos de Ustari, que debió desear que el universo finalizara en ese momento, con ese recuerdo. Nadie escuchó su plegaria.
El Getafe había recuperado a Granero y vivía de eso, de su imaginación y sus fuerzas. En el minuto 66, se coló por el centro de la defensa del Valencia y, cuando se disponía a encarar a Hildebrand, fue interceptado por Marchena, que rozó la roja y vio la amarilla. Granero también participó de la última ocasión del Getafe. Su centro al área fue cabeceado por Braulio, pero Hildebrand, tembloroso antes, sacó el balón de la cepa del poste.


Final.

Los equipos siguieron intercambiándose golpes, pero el Valencia parecía más entero, mejor, porque desnudos de fuerzas sólo quedaba el talento, y tiene más. Los entrenadores sustituyeron jugadores en busca de oxígeno, pero ningún cambio pareció tan importante como el que dio entrada a Morientes por Villa.
A siete minutos del final, Baraja, el amo del partido, tomó carrera para golpear una falta directa. Parecía demasiado lejos, pero el tiro fue potente, aunque muy centrado, contra el cuerpo del portero. De tanto escapar de los fantasmas, Ustari confundió el balón con una bala y nos supo sacarse el balón de encima, de manera que Morientes se lanzó a cabecear el rechace, como un tigre, como quien concilia el sueño imaginando balones así. Marcó y fulminó al Getafe.
Si sólo se puede entender (y disculpar) a alguien cuando se ha caminado en sus zapatos, habrá que apuntar, para comprender mejor, que Ustari es un chico perseguido por la suerte y la desgracia. Tiene la fortuna de las cualidades y el futuro, pero le acecha una pena negra. Valga un dato: como meritorio en Independiente, en el intervalo de seis meses murieron trágicamente los jóvenes porteros que le precedían, de enfermedad y accidente. Por eso mira al cielo. Y por eso, un día, la suerte le lloverá de golpe.
No hubo más. Sólo alegría del Valencia y desesperación del Getafe, que vio cómo Celestini abandonaba el campo expulsado. Ya sólo había felicidad del valencianismo y sólo quedaba la tristeza azul, que eso mismo significa estar blue.


El detalle: ningún campeón ha bajado a Segunda
Buenas noticias estadísticas para el Valencia, que tiene 39 puntos y al que todavía amenaza el descenso a Segunda si no endereza el rumbo: ningún equipo que ha logrado la Copa ha descendido esa misma temporada. El Atlético bajó en el 2000, pero había perdido la final.
tomado de: www.as.com

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