El sello del campeón de Europa estampado por el denominado mejor jugador del mundo. Mucho Manchester. Mucho Cristiano. Complicado que los de Ferguson se distraigan dos partidos seguidos. Y menos en la Champions. Se le atragantó de mala manera el partido de ida en Old Trafford porque extrañamente no pudo nunca domarlo a su manera ante un revoltoso Oporto, pero ayer, en Dragao, no dio lugar en ningún momento a otro encuentro desbocado. Todo lo contrario. Lo amasó a su antojo. Con ese oficio, con ese fútbol control que diluye al contrario y le permite salir airoso de las situaciones más comprometidas.
No hubo tiempo para la duda. A los seis minutos, Cristiano, silbado en Oporto porque aunque es de Madeira creció en Lisboa, controló un balón en medio campo. Dos, tres, cuatro zancadas de gacela... Y su empeine derecho que descarga un latigazo que va cogiendo velocidad según se aleja de su bota y se acerca al ángulo derecho de la puerta de Helton. Remató desde treinta metros, centímetro arriba, centímetro abajo, pero ese balón llevaba tanta rabia, tanta potencia que encontró su objetivo en un suspiro, como si el balón hubiera salido del área pequeña.
El tanto petrificó al Manchester. Se desplegó sobre el césped como un ejército convencido de su victoria. Ferguson, viejo zorro, había aprendido muchas cosas en la ida. Por ejemplo, que había que cerrar la banda izquierda para que el francés Cissokho no se construyera una autopista como en Old Trafford. Allí que colocó a Rooney. Sí, a Rooney, que es generoso, solidario, de los que siempre obedece. A Cristiano le soltó los grilletes. Le puso de delantero centro, de primera referencia ofensiva. Por delante, incluso, de Berbatov, aunque con licencia para que ambos se intercambiaran las posiciones. A la izquierda, el incombustible Giggs que ha cambiado la velocidad por el toque, la pausa y el sentido táctico. ¿De verdad que tiene 35 años?
Al Oporto el misil de Cristiano le dejó anestesiado. No entraba en el partido. Le faltaba ritmo, vértigo. Y cuando, ya pasada la media hora, pareció entrar en la órbita terrenal, se lesionó su faro, el hombre que ilumina toda la transición ofensiva. Sin Lucho González, el Oporto se pasó el resto del partido intentando alborotar el orden táctico. Carrusel constante de cambios de posiciones, pero ni por esas. Ferdinand trazó una raya y nadie osó en superarla.
Sin apuros. Galopaba el reloj para los locales y el Manchester cada segundo se fue sintiendo más fuerte y seguro. Bien es cierto que especuló demasiado con el resultado porque un caprichoso gol en cualquier acción aislada le podía haber costado caro, pero la realidad era que los de Ferguson tenían el horizonte bajo control. Su sueño del trébol se mantiene vivo. También el de ser el primer equipo capaz de revalidar el título de la Champions. Lo tiene todo, absolutamente todo, para conseguirlo, aunque tendrá que pedir permiso al Barça. Ferguson era ayer un tipo feliz. Sus críticas a Cristiano consiguieron sacar su mejor versión. Su gol de ayer sólo está al alcance de los elegidos. Y él lo es.
No hubo tiempo para la duda. A los seis minutos, Cristiano, silbado en Oporto porque aunque es de Madeira creció en Lisboa, controló un balón en medio campo. Dos, tres, cuatro zancadas de gacela... Y su empeine derecho que descarga un latigazo que va cogiendo velocidad según se aleja de su bota y se acerca al ángulo derecho de la puerta de Helton. Remató desde treinta metros, centímetro arriba, centímetro abajo, pero ese balón llevaba tanta rabia, tanta potencia que encontró su objetivo en un suspiro, como si el balón hubiera salido del área pequeña.
El tanto petrificó al Manchester. Se desplegó sobre el césped como un ejército convencido de su victoria. Ferguson, viejo zorro, había aprendido muchas cosas en la ida. Por ejemplo, que había que cerrar la banda izquierda para que el francés Cissokho no se construyera una autopista como en Old Trafford. Allí que colocó a Rooney. Sí, a Rooney, que es generoso, solidario, de los que siempre obedece. A Cristiano le soltó los grilletes. Le puso de delantero centro, de primera referencia ofensiva. Por delante, incluso, de Berbatov, aunque con licencia para que ambos se intercambiaran las posiciones. A la izquierda, el incombustible Giggs que ha cambiado la velocidad por el toque, la pausa y el sentido táctico. ¿De verdad que tiene 35 años?
Al Oporto el misil de Cristiano le dejó anestesiado. No entraba en el partido. Le faltaba ritmo, vértigo. Y cuando, ya pasada la media hora, pareció entrar en la órbita terrenal, se lesionó su faro, el hombre que ilumina toda la transición ofensiva. Sin Lucho González, el Oporto se pasó el resto del partido intentando alborotar el orden táctico. Carrusel constante de cambios de posiciones, pero ni por esas. Ferdinand trazó una raya y nadie osó en superarla.
Sin apuros. Galopaba el reloj para los locales y el Manchester cada segundo se fue sintiendo más fuerte y seguro. Bien es cierto que especuló demasiado con el resultado porque un caprichoso gol en cualquier acción aislada le podía haber costado caro, pero la realidad era que los de Ferguson tenían el horizonte bajo control. Su sueño del trébol se mantiene vivo. También el de ser el primer equipo capaz de revalidar el título de la Champions. Lo tiene todo, absolutamente todo, para conseguirlo, aunque tendrá que pedir permiso al Barça. Ferguson era ayer un tipo feliz. Sus críticas a Cristiano consiguieron sacar su mejor versión. Su gol de ayer sólo está al alcance de los elegidos. Y él lo es.
tomado de www.as.com
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