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miércoles, 10 de diciembre de 2008

liga de campeones | real madrid 3 - zenit 0


Juande tiene claro que el Real Madrid necesita más ánimo que descanso, más frescura mental que física, y por eso no hizo concesiones con la mente puesta en el clásico del próximo sábado y optó por el mejor equipo que las bajas le permitían alinear con la excepción de Casillas, que dejó su lugar a Dudek y se tomó una jornada de descanso en busca de las musas que parecen haberle abandonado.
Por nombres, el equipo era el que perdió con el Sevilla en el epitafio de Bernd Schuster. Pero sobre el césped se comenzó a notar la mano de Juande. Por supuesto, fueron pequeñas pinceladas. Nadie transforma un equipo en 24 horas y suficiente fue observar un pequeño catálogo de buenas intenciones en un partido que tuvo poco espíritu competitivo, casi nada de noche europea al uso: Bernabéu prácticamente vacío, un rival que padece la falta de forma de quien ha terminado su campeonato doméstico y la carencia de chispa de quien no se juega nada, y un partido poco más que incómodo, ya que no se esperaba el milagro del BATE en Turín y resultaba difícil poner freno a la mente para que no viajara en el tiempo (al próximo sábado) y en el espacio (al Camp Nou).
Así las cosas, más allá de la nueva disposición (todavía precaria) que hubiera preparado Juande, las miradas se centraban sobre Andrei Arshavin, en la órbita del Madrid antes y en el centro de los focos ahora con el cambio de técnico, toda vez que es conocida la preferencia del técnico manchego por el '10' ruso, al que ya quiso primero en el Sevilla y después en el Tottenham. Y, en este sentido, el partido apenas dejó noticias, más allá de que el Real Madrid deberá tener en cuenta que Arshavin, además de no poder jugar Champions, tendría difícil rendir de forma inmediata porque está, como su equipo, pasado de forma. Pesado, espeso. Sin respuesta física a los chispazos creativos de su cerebro. Por eso su genio no visitó el Bernabéu y por eso el Zenit pareció un equipo tan vulgar, con su defensa tan inocente y timorata como siempre y su ataque de fantasía castrado, sin energía y sin luz.
Más orden, más presión, más sentido
En cuanto al Real Madrid, la alineación de Schuster apenas lo fue por nombres. El equipo evidenció síntomas de cambio, de mejora, de curativa regeneración. La disposición en el campo huyó de asimetrías pasadas y se estableció en un 4-4-2 más convencional, con Robben por la derecha y Van der Vaart por la izquierda y Raúl e Higuaín alternando en la zona de ataque, por delante de un Guti escoltado por Gago en la zona de creación. El dibujo trajo también recuperación de fundamentos: presión más arriba, circulación más rápida, ayudas defensivas más sensatas y desdoblamientos de los laterales en ataque, constante reivindación durante toda la era Schuster. Con la izquierda de Marcelo y Van der Vaart muchos menos efectiva, las mejores acciones de la primera parte llegaron en las combinaciones de un ofensivo Salgado y un entonado Robben, que demostró otra vez la trascendencia de su ausencia de cara al Camp Nou. Así se presentó el Real Madrid en una primera parte por lo demás oscura, con fases de aburrimiento y un único gol, logrado por Raúl tras perseguir el fallo de Malafeev, que cedió al '7' de forma infantil un centro poco trascendente de Van der Vaart.
Si la primera parte entregó la presentación táctica y estilística de Juande, la segunda trajo bajo el brazo el optimismo, la sonrisa que tanto necesita el Real Madrid. Llegaron dos goles más, y pudieron caer en cascada ante un Zenit roto, sin motivación y sin fuerza, un cortocircuito constante alimentado por la falta de objetivos y por el frío carácter ruso. Sin perseguir el balón y sin ningún ánimo para proteger su área, el equipo de Advocaat contempló impasible los mejores minutos del Madrid, al menos de cara al espectador. Nada más salir del vestuario marcó Robben para enmarcar su buen partido y a partir de ahí las ocasiones se sucedieron hasta el 3-0, que repitió los protagonistas de los dos primeros goles: gran pase de Robben y estética cuchara de Raúl.
A partir de ahí, con media hora por jugar, llegó el armisticio. Juande permitió descansar a Guti y Raúl y el partido cayó de nuevo en el aire tedioso y las sensaciones cercanas al amistoso, rotas de vez en cuando por las llegadas casi por inercia de un Madrid que no quiso apretar el acelerador. De haberlo hecho, la goleada hubiera sido de escándalo ante un impávido Zenit que, cuando lo intentó, se encontró con el larguero hasta en dos ocasiones. Como si, para gozo de los más optimistas, hasta la suerte hubiera regresado. Como si Casillas le hubiera prestado por un día el ángel a Dudek. No hubo mucho más porque ni siquiera hacía falta. El Real Madrid le sacó el máximo rendimiento a un partido a priori raquítico: goles, buena disposición y buenas sensaciones. El Camp Nou será otra historia, igual que el bombo de octavos. Pero, dadas las circunstancias y las zozobras vividas, el Santiago Bernabéu se permitió una noche tranquila y, por momentos, hasta feliz. Precisamente lo que perseguía Juande para su estreno.

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